El recientemente fallecido príncipe Felipe, duque de Edimburgo, fue una de las mejores suertes que le tocó a la familia real. Una familia como todas, con sus logros, fracasos, tragedias y disfuncionalidades que a veces se asemejan a una pequeña embarcación en una gran tormenta en el medio de un océano.
La infancia de Felipe estuvo marcada por la inestabilidad. Un padre que tuvo una fracasada carrera militar, enjuiciado, expulsado de Grecia y devenido como eventual “bon vivant” en Monte Carlo donde acumuló una fortuna en deudas. Su madre sucumbió a brotes de esquizofrenia y eventualmente se convirtió en monja.
En su infancia Felipe fue protegido por la generosidad de sus cuñados alemanes que pagaron su educación. Pero esto también sería un compromiso ya que Felipe se enlista en la marina británica y durante la segunda guerra mundial se encuentra luchando en el bando opuesto a sus benefactores.
Durante estos años es cuando comienza una relación platónica con su prima segunda quien solo tenía 13 años. El tío de Felipe, Luis Mountbatten fue el que sugirió que esta sería una buena y futura relación. Es como que lo estaban adiestrando desde su adolescencia, para casarse con la princesa Isabel quien un día sería reina. La amistad se convirtió en un romance y eventual matrimonio mientras que Isabel era muy joven. Apenas con 21 años y sin ninguna otra experiencia romántica Isabel se casa con la bendición de su padre el rey Jorge VI.
Como una joven pareja, a pesar de ser consciente que el rey era un hombre enfermo, se dispusieron a la tarea de representar el Reino Unido de la mejor manera posible. Y durante un viaje por el Commonwealth, en 1952 se enteran que el rey había fallecido y ahora Isabel ya no era princesa, sino Reina. Y Felipe ya no era solo el marido de una princesa, sino que era un príncipe consorte.
En el compendio protocolar Británico, está muy bien definido lo que un príncipe consorte puede y no puede hacer. En síntesis debe ser el soporte emocional de la reina y debe aportar lo suyo para que haya una sucesión. Estabilidad y respeto es la idea clave. Pero esto se manifiesta en reglas físicas como la de mantenerse “dos pasos detrás” de la reina cuando están en una función oficial. En caso del fallecimiento de la reina, el príncipe no puede asumir como rey, sino que la corona pasa al hijo varón mayor.
La lista de restricciones que un consorte tiene que acatar es enorme. Lo que puede decir o no decir en público, por ejemplo. Cosa que Felipe fue famoso por desobedecer.
Dotado de un sentido del humor muy británico, muchas veces dijo cosas en tono de broma que los medios difundían y aprovechaban para sacar de contexto. Como la vez que le preguntaron si le gustaría visitar Rusia, dijo que si a pesar de los bastardos mataron gran parte de su familia. Esto fue en referencia a la ejecución de la familia Romanov con la cual estaba emparentado. O cuando visitando China a un grupo de estudiantes británicos les sugirió que vuelvan a casa lo antes posible antes de que se les “achienen” los ojos. La prensa tuvo un festín. Siempre filoso, pero nunca cruel o mal intencionado, Felipe atribuía esto a una aflicción que él llamaba “donto-pedalogía”; es decir la habilidad de decir algo y meter la pata al mismo tiempo.
A pesar de sus avanzados años su ritmo de trabajo era envidiable. A veces participaba en más de 3 eventos oficiales en un día, dando discursos, inaugurando nuevos empréstitos o siendo huésped de honor en cenas sociales donde ineludiblemente debía pronunciar un discurso.
Pero todo esto no hubiese sido posible sin el ejemplar aporte de otro gran príncipe consorte; el príncipe Alberto marido de la reina Victoria.
Victoria y Alberto
Alberto de Sajonia Coburgo y Gotha era un joven romántico, renacentista, dotado de una mente privilegiada, un espíritu entusiasta y estricta moral germana. Victoria también era muy romántica. Por eso tuvieron 8 hijos y ella estuvo prácticamente embarazada durante 20 años.
Durante esos años Alberto se desempeñó como un rey en las sombras. Organizando eventos, limitando el poder de algunos políticos que buscaban el apoyo real para algunas muy descabelladas ideas. Fue un abolicionista de la esclavitud, promotor de viviendas dignas para la clase obrera, impulsor de la educación, el comercio e industria. Muchas de las cartas escritas por la reina Victoria eran transcripciones en su puño de lo que había redactado su marido. El la cuidaba y escudaba de muchas tareas.
Al morir a los 42 años el primer ministro Benjamín Disraeli pronunció famosamente; “Ha muerto el mejor rey que Gran Bretaña nunca tuvo”. Pero eso no significa que el pueblo los quería. Los ingleses resentían que fueran extranjeros y que en privado hablasen en alemán en vez de inglés. Y la gran polarización social en Inglaterra azuzó el movimiento comunista y el anarquismo. Varios atentados a la vida de los dos fueron intentados.
María y Felipe de España
Esta fue la unión entre la hija católica de Enrique VIII y el rey de España. Otro proceso de larga preparación terminó siendo un fracaso rotundo. No sólo Fernando no se sintió en lo más mínimo atraído por María Tudor, sino que las divisiones políticas que este matrimonio encabezó terminaron por hastiarlo. Sin herederos al poco tiempo Felipe se regresa a su España querida dejando atrás el frío húmedo ambiente matrimonial.
A María se la recuerda como “La sanguinaria” por su feroz persecución de anglicanos.
Ana y Jorge de Dinamarca
Jorge fue sin duda uno de los más frustrados príncipes consortes. No tuvo poder alguno. Su principal función fue la de soporte emocional a una mujer con muchos problemas de salud. Tuvo 17 embarazos y ninguno de sus hijos llegó a pasar la adolescencia. A pesar de que Ana prefería la compañía de mujeres, fue un fiel esposo.
En muchos aspectos el rol de consorte es ser segundo plato. O segundo violinista como se dice en inglés. Pero es un rol muy importante y a veces menospreciado.
Estar a la cabeza de una familia monárquica como la familia británica puede ser una posición muy solitaria. Con quien confiar sus dilemas, con quien respaldarse cuando una situación no ofrece ninguna salida victoriosa?
Los presidentes tienen un límite de tiempo en su cargo. Los monarcas no. No se puede renunciar porque uno se quiere jubilar. Hay que seguir adelante porque es lo que se prometió solemnemente el día de la coronación.
Por eso Felipe Mountbatten será recordado como el mejor príncipe consorte de la historia inglesa. Por su fidelidad, su dedicación al trabajo, su estoicismo y la lección de que estamos en esta vida para servir al pueblo y no abusar del privilegio.